jueves, 2 de enero de 2014

El lobo estepario

Nunca he leído a Hemingway. Da igual, porque El lobo estepario es de Hermann Hesse. He leído a Hesse, pero no he leído El lobo estepario.

La imagen que tengo de Hemingway está totalmente distorsionada por Woody Allen y su Midnight in Paris, y el título de la obra de Hesse se adapta perfectamente a esa visión.

Es curioso ver cómo las personas creen que escapan a todo tipo de condicionamiento social. Por un momento, parece que pueden hacer lo que les plazca, que las ideas que tienen siempre son propias y que sus comportamientos son inteligentes o, más que inteligentes, razonados e idóneos para las circunstancias que padecen.

Nada más lejos de la realidad. Los comportamientos de las personas son, de forma natural, exageradamente hipócritas, defensivos por supervivencia, socialmente impuestos. Son, las personas, seres llenos de defectos asquerosos, bajezas de todo tipo y miserias que, mediante alguna u otra estratagema psicológica, se niegan a combatir. Dos personas que realizan una tarea conjunta no tardan en resaltar cualquier fallo con tal de afirmarse superiores al compañero, con tal de conservar su autoestima, con tal de tapar la inutilidad que todo ser humano ostenta por defecto. Los saludos a cuasiconocidos son falsos, los saludos a conocidos son falsos, las preguntas por el estado anímico de los demás son falsas (¿a quién le importa cómo está otra persona?) y las respuestas no pueden ser otra cosa que, obviamente, falsas. ¿Quién afirmaría debilidad ante el conjunto social? ¿Con qué propósito? ¿Acaso hoy todavía alguien cree que la muestra de debilidad redundará en una preocupación de los demás por él mismo? Son las personas más cercanas las que más diestro apuñalan la autoestima de uno; ese conocimiento del allegado que, en vez de ser usado para aliviar y sanar, se utiliza para demostrarse superior. Es el ser humano, por defecto, y nunca se podrá decir mejor 'por defecto', sádico; asesino de insectos siempre con previa tortura, arrancando patas y alas sólo por placer, sólo por la oportunidad presente, sólo por la diferencia de tamaño y poder; es ingenuo, se cree auténtico, solitario, presente, ignorante de las innumerables generaciones pasadas, de las formas de opresión dominantes, como el machismo, que lo impregnan todo.

Hasta la rebeldía es falsa, es una moda, una corriente social; ¿es la identificación con una idea política seguida por un numeroso grupo de personas (y siendo uno, el grupo es siempre numeroso) una auténtica novedad? ¿Se puede ser rebelde sin innovación? No, no se puede; hasta los deseos de libertad son falsos, ni un solo hombre se aventuraría a una libertad total, sin la dirección del grupo social, sin la comodidad de someterse a sus designios, sin la supervivencia obtenida por el acomodo del pensar.

Es asqueroso percibir la asquerosidad, esta verdadera inteligencia, la de, sin temor alguno, ver de qué pie cojea cada ser humano. La verdadera inteligencia es inteligencia social, y la verdadera inteligencia es también un falso don, una verdadera maldición. Es comprender la miseria un sendero que permite escapar de lo miserable, pero siempre a costa de hacerlo solo, como un lobo expulsado y lacerado por la manada, hacia la estepa, huyendo del hastío del juego social en el que ya se pueden ver las marcas en las cartas.

Está la virtud, pienso, en los animales. En el egoísmo. Son todos los animales egoístas por umbral. Matan y asesinan hasta cubrir sus necesidades básicas y, entonces, se convierten en el mejor amigo del hombre. Nunca son los animales hipócritas; sólo se les podrá criticar su egoísmo de Maslow, pero no el operar como es contrario a sus verdaderas pasiones.


Puedo tolerar un egoísmo animal, pero no la hipocresía. Me exige demasiado esfuerzo mentir, mucho más que pensar, al contrario que para el grueso de los seres humanos. Me gustaría encontrar a personas que se comportasen como animales, superhombres, personas con sus propios valores forjados en periodo de entreguerras, como Demian, como Marv de Sin City, del que se dice que su verdadero lugar no está en un bar observando maníacamente a las bailarinas, sino en un campo de batalla con dos hachas en sus manos, decapitando a sus enemigos. Personas forjadas en este tiempo de crisis. Violencia, decisión, verdad, individualismo y amor; esta vez sí, auténtico.

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