lunes, 13 de mayo de 2013

Historias de hospital

Hay lugares que necesitan una historia. Siempre, desde que soy dueño de las cosas que siento, he querido cuidar a alguien en un hospital. Pero no a alguien cualquiera, sino a una persona especial. De la misma forma, he deseado que me cuidaran a mí esas personas, junto a la cama de un hospital.

Las camas son los lugares donde se cuentan las historias. A los niños se les explican los cuentos en las camas. En las camas se postran los enfermos, y en la cama se dice al ser querido “me equivoqué, lo siento” y se acepta sin ninguna reprimenda, sólo con una inconcebible tristeza permisiva y amable. Las historias de cama suelen ser, por ello, tristes, pero lo importante no es su contenido, sino el mero hecho de tener a alguien a quien contárselas.

A veces ni siquiera se cuenta historia alguna. Lo único que uno desea es tener a alguien somnoliento a su lado, o sufridor, que comprenda que se necesita compañía. Una compañía sutil, no de hablar, ni siquiera de escuchar, sino una compañía de estar, sin palabra alguna, silenciosa, ni siquiera comprensiva, sino incuestionadora.

Espero algún día romperme el brazo para que vengas. No para llamar la atención, sino para no discutir. La convalecencia no admite preguntas. Hace poco te llamé porque me operaban de apendicitis, y todavía no tengo claro si apareciste. Sólo espero que alguien me cuente su historia silenciosa, o que escuche la mía, pero sin historias soy tan mortal como un hada sin palmas o canicas, más muerto que la enfermedad que me postra.