Él era una persona muy
inteligente, tanto que fue capaz de enseñarme algo. Me dijo que
respecto a ese tema había dos conceptos fundamentales: la simetría,
y del primero no me acuerdo.
La simetría es la
correspondencia exacta, de forma que si tratas de distinguir dos
cosas simétricas, jamás lo conseguirás, porque son idénticas,
cada una a su lado del espejo, pero mirándose, inmóviles en su
similaridad, queriéndose. Por eso la pregunta “¿a quién quieres
más, a tu padre o a tu madre?” es absurda y no lleva a ningún
lado, ¿cómo puede quererse más a uno que a otro? Ningún amante se
pregunta quién da más de los dos.
He decidido dejar la
asimetría. Las aristas se me clavan en la carne y me causan daño,
los vértices me punzan y cuerpos gelatinométricos surgen de mí por
los ángulos entreabiertos. Por eso ahora, cuando me pregunten “¿a
quién quieres más, a tu padre o a tu madre?”, responderé con voz
calculada: “a mi madre”.
vivan las madres.
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