Dormir es desprenderse de
todo lo que pesa. En primer lugar, se deja atrás el cuerpo, que
súbitamente deja de doler. El cuerpo pasa a levitar y, al no estar
en contacto con la Tierra, ya no nos hace sufrir.
En segundo lugar, y más
importante, los guardianes del sueño nos quitan algo más. Con sus
manos imperceptibles sujetan fuertemente nuestras ideas y nuestras
emociones, sobre todo las más fuertes, y las arrancan de cuajo. Es
sólo así que podemos descansar.
Porque sí, hay unos
guardianes del sueño, que son los que cuidan de nosotros mientras
dormimos. Como recompensa, tienen permiso para jugar con nuestras
ideas y nuestras emociones. Y las hacen bailar como pelotas de
colores rellenas de arroz, las intercambian unos con otros, las hacen
volar. Ésta es la razón de que las ideas de unos y otros
evolucionen, porque al frotarse entre ellas surge el amor entre las
ideas, la sinergia. Las ideas se ponen a charlar mientras dormimos,
se enfrentan, se pelean, discuten y se reconcilian. Así es como a
una persona que vive en Nueva York se le puede ocurrir lo mismo que a
una persona que vive en Cabo Verde. Así es como acabamos inventando
palabras como “humanidad”. Cómo los inventores inventaron
inventos sin haber conocido personalmente a inventores que inventaron
inventos antes. Así es como dos personas que viven muy lejos, o que
nunca han llegado a conocerse, pueden seguir queriéndose.
Al jugar con las
emociones y las ideas más fuertes, las que escondemos en vigilia por
temor a manifestarlas, salen a flote las combinaciones más
imaginativas, crueles y extrañas, por puro azar. Cualquier cosa
puede suceder en los sueños; los sueños son siempre fantásticos.
Soñar es el único y verdadero refugio, donde podemos compartir todo
aquello que no nos atrevemos a mostrar, porque siempre podemos culpar
a los guardianes por haber mezclado mal las piezas. Soñar nos
permite ser humanos, nos permite expulsar las cosas más fuertes que
tenemos y mostrárselas a los demás soñadores sin excusas; soñar
es sinónimo de sinceridad.
Cuando los guardianes,
que con mucho gusto asumen nuestra vergüenza y toleran que los
acusemos de traviesos, se cansan de jugar, entonces se apresuran a
devolver las ideas a sus sitios, a las cabezas y corazones, pero con
menos peso que antes: ideas cansadas y sosegadas, como niños después
de jugar todo el día.
Ya no son las mismas
ideas de antes, porque están marcadas por el roce con otras ideas.
Son ideas más tranquilas, son ideas de amor y paz, de
imprecipitación, de calma y tolerancia, de observación. Es por esto
que el tiempo que empieza después del sueño se llama experiencia,
inteligencia, y de tantas otras formas.
Así, con menos peso, es
como podemos empezar un nuevo día, algo más felices, sabiendo más
y amando más. Es verdad que al principio nos cuesta volver a entrar
en el mundo, y estamos un poco hartos de jugar y nos enfadamos con
cualquiera que insista en seguir haciéndolo; pero es después de un
rato, cuando el corazón se asienta y ha bajado de peso, cuando
podemos empezar a reírnos y a ser felices.
Y es por esto mismo
que las personas que están tristes se refugian en los sueños.